24/07/2007 - PRESENCIA DE DURAN, AUSENCIA DE PIQUÉ
La reunión que ayer mantuvieron los rectores de Convergencia i Unió y las conclusiones que aprobaron, deberían servir para que otras fuerzas políticas o, mejor, otros lideres políticos, aprendieran a superar diferencias con sus correligionarios y a poner en común estrategias que sirvan a los intereses del partido y respondan a las exigencias de sus electores. Esta doble vertiente es olvidada muchas veces y , lo que es peor, obviada conscientemente cuando prevalecen las luchas internas por hacerse con el poder de los partidos.
El caso es que, pese a los presagios de ruptura de la federación nacionalista por las diferencias en torno a los objetivos de participación en los distintos niveles del poder, los convergentes han sabido encontrar unos puntos comunes que, aunque nadan en cierta ambigüedad para facilitar el acuerdo y no cerrar totalmente otros compromisos, suponen un ejercicio de cordura política y sentido común: porque aunque parezca una obviedad, conviene recordar que los partidos políticos, además de ser instrumento de la democracia, son organizaciones para defender las aspiraciones de sus electores para lo que deben tratar de alcanzar el poder. Esto se olvida con frecuencia, como se olvida que un partido que tenga vocación de gobernar en mayoría, no puede abrazar la defensa de sectores o facciones minoritarios.
Lo que CIU ha resuelto es la aparente contradicción de aspirar al gobierno de Cataluña sin renunciar a participar en un futuro en el gobierno de Madrid si tuviera el mismo signo que el actual: otra hipótesis, la de colaboración con el partido popular, tiene muy difícil encaje por lo que hoy representa y por la creciente tendencia antinacionalista, especialmente por lo que se refiere a Cataluña. La propuesta aprobada es lo que predicaba Durán, con su habitual lucidez política y su visión moderada del nacionalismo, para extender el poder Convergencia a todos los niveles y alcanzar con más facilidad sus objetivos: el desarrollo del Estatut y la atención a las inversiones estatales en el país catalán.
El reverso de la medalla viene representado por el acoso de la dirección nacional del partido popular a Joseph Piqué, hasta el punto de llevarle a presentar su dimisión como presidente de la organización en Cataluña donde encarnaba una orientación moderada de la derecha que venía manteniendo unos resultados electorales aceptables, si se tienen en cuenta las difíciles situaciones que le creaban sus compañeros de Madrid. Piqué es un político valioso que desarrolló como Ministro una buena labor durante el primer mandato de Aznar, cuando éste aún pactaba con los nacionalistas. Después le encomendaron la dirección catalana del partido que supo llevar con acierto, prescindiendo del ala más radical. Lo que siguió es bien sabido: ha tenido que tragar los sapos que le enviaban a cuenta de la tramitación del Estatut, pero también con otros motivos.
Parece normal que el partido popular se resentirá en Cataluña, no solo por la ausencia de Piqué y su equipo de la dirección, sino por el reforzamiento de la actitud antinacionalista. No se ha buscado el encuentro. Antes al contrario, se ha confirmado la discordia.
En política se puede hacer casi todo, pero propiciar enfrentamientos dentro y fuera del partido y dividir a los militantes, no parece el mejor sistema para ganar elecciones y que los electores se sientan bien representados. Unos lo entienden así; otros, parece que no.
León Buil Giral