León Buil

27/12/2007 - Conflictos y logros


Es probable que en ninguno de los próximos años se destile tanta cantidad de enfrentamientos, deslealtades y juego sucio como se han prodigado en el ámbito político durante el año que termina. Sin conceder ni veinticuatro horas de tregua desde el triunfo socialista en las elecciones legislativas del 2004, el partido popular se lanzó como gobierno en funciones y como organización política en contra de los ganadores que, durante algún tiempo, se limitaron a encajar las conjeturas malévolas sobre su triunfo electoral y poco después las insidias de la llamada teoría de la conspiración. Pero pronto, pasado el verano del 2004, desde el partido socialista se comenzó a contraatacar, no solo por hacer valer su verdad, sino también para evitar el desánimo de su electorado.
Por otra parte, el gobierno tras la retirada de tropas de Irak y algún desafortunado consejo, puso en marcha algunos de los puntos de su programa electoral, especialmente los de más contenido social, pero también otros que llevaban una considerable carga política que echaron más leña al fuego y brindaron al partido popular importantes aliados para su labor de oposición. Así, las leyes educativas o la conocida como de la memoria histórica o de los matrimonios de homosexuales, sirvieron para que la jerarquía eclesiástica o los sectores más reaccionarios de la sociedad española formaran alianza con el partido popular y extendieran a todos los ámbitos una dura oposición que tuvo como trama de apoyo la política antiterrorista con las consabidas acusaciones de cesiones en la cuestión de Navarra y la autodeterminación de Euzkadi, y la reforma de los estatutos de autonomía y la imputación de estar propiciando la desmembración de España.
Decir que estos cuatro años pasados han estado dominados por la crispación política es quedarse muy cortos: en realidad, se ha materializado una notable desintegración de la sociedad española, tanto ideológica como territorial, y la aparición de viejos demonios que se suponían extinguidos o siquiera encadenados. En la conciencia colectiva se ha instalado con fuerza un pensamiento ideológico que niega cualquier atisbo de razón en "el otro", cargándole de toda suerte de maldades y propósitos negativos. Mala herencia para el futuro.
Sin embargo, sin dejar de reconocer que el gobierno de Rodríguez Zapatero ha incurrido en algunos errores de bulto, que hemos ido destacando en su momento, es forzoso admitir que también ha conseguido excelentes resultados en el desarrollo de la política social, en el fuerte impulso a la realización de algunas infraestructuras básicas, al margen de la mala imagen pública de la ministra, en el esfuerzo por alcanzar una real política de igualdad, en la consecución de una cuentas públicas saneadas y en el reencuentro con las líneas tradicionales de la política exterior, por solo citar algunos asuntos. En un escenario en el que se ha tratado de boicotear cualquier iniciativa del gobierno, llevando la oposición el debate político a los problemas del terrorismo y de la organización territorial del Estado, se ha sabido sortear los obstáculos y hacer una aceptable labor de gobierno: ni tanta como se ha pretendido vender desde el poder ni tan escasa como dice la oposición.
En cualquier caso, hay que reconocer al gobierno de Rodríguez Zapatero un saldo positivo en el conjunto de la legislatura y señaladamente en este último año, en el que se han corregido errores y se han moderado algunas propuestas demasiado extremas. Cuando hay un importante sector de la población que reclama preocupado que se aborden políticas moderadas, en el fondo y en la forma, es inteligente y ético atenderlo sin postergar -no es incompatible- la línea progresista marcada en el programa electoral del partido socialista. Es una manera de ir cerrando la brecha abierta en la sociedad española.