09/02/2006 - ESTADO DE DERECHO, ESTADO DE LOCURA
La esquizofrenia que afecta a gran parte de la sociedad española, gracias a las maniobras de enfrentamiento propiciadas por la ultraderecha que ha encontrado un cierto caldo de cultivo en algunas indecisiones gubernamentales, se está trasladando a los análisis políticos y a sedicentes juristas y constitucionalistas que han surgido como las setas en otoño pero que, como estos basidiomicetos, presentan algunos ejemplares aprovechables, pero también otros inútiles y no pocos venenosos. El caso es que todo el mundo habla del Estado de Derecho y lo interpreta a su manera para apuntalar particulares posiciones politicas, como todo el mundo opina de los contenidos de la Constitución y del espíritu constituyente que, si algo expresó fue la concordia entre los españoles. Cuesta mucho esfuerzo encontrar comentarios relativamente objetivos, y cuesta también esfuerzo depurar los propios escritos de respuestas airadas y de descalificaciones de las opiniones contrarias, a veces totalmente gratuitas o presuntamente interesadas, por lo que uno sabe. Pero este es un asunto muy intrincado en el que nadie tiene todas las claves.Cuestión distinta es discernir sobre lo que es el Estado de Derecho, que tanto se invoca estos días y que consiste en que todas las actividades y conductas quedan sujetas al imperio de la ley, objetiva y general. Por esto no entra en este concepto saltarse las normas, comosería ignorar el Estatuto del Ministerio Fiscal, porque a determinadas personas no les haya gustado el cese del fiscal Fungairiño, por muchos méritos que hubiera cosechado, porque la Constitución en su artículo 124 determina una organización jerárquica; ni se debe arremeter contra los treinta fiscales de la Sala Segunda del Tribunal Supremo porque se adapten a la doctrina jurisprudencial de la misma Sala dictada según el capítulo V del Título II del Código Penal de 1.973, aunque su interpretación beneficie a los asesinos etarras algo que, en fin de cuentas, tendrá que decidir el Tribunal; ni es justo pretender la retroactividad de la ley penal para que se colme el deseo de venganza, que no de justicia, de unas determinadas personas, ya que hacer justicia es aplicar la ley y no desconocerla; ni puede nadie atribuirse la capacidad para determinar si una ley u otra norma jurídica es inconstitucional, competencia reservada en exclusiva al Tribunal Constitucional.
La serie podría hacerse interminable, porque nuestro Estado de Derecho parece haberse convertido en estado de locura, en el que cada cual no solo interpreta los hechos y las normas a su gusto, sino que se falsean con toda desvergüenza unos y otras, o se manipulan o se ocultan: todo, al servicio de recuperar el poder político o el económico o el mediático, lo que tendría una explicación lógica en el clima de amoralidad y nivel mínimo de eticidad que vive la sociedad española y muy especialmente sus dirigentes de todo tipo. Pero es que la guerra de acusaciones injunstas -en las que lleva la parte sustancial el partido popular y sus socios preferentes del papel y la antena, sea con el motivo que fuere- se sigue de una catarata de insultos de la peor especie a cargo de algunos periodistas de pluma, blogueros, trackbackeros y glosadores de la más baja estofa que proliferan en algunos medios periodisticos digitales, aunque se abanderen en la libertad. Son los sembradores de odio, no solo contra el Gobierno sino contra cualquier institución o persona que tenga como objetivo la paz y la justicia sobre la base del entendimiento y la democracia: porque paz también la había con Franco.
El problema de esta situación disparatada reside en que tiene muy difícil reconducción a pautas de normalidad, en la que cada cual recobre su papel en la sociedad y en el ámbito político, y desaparezca esa hez que ensucia algunos medios de comunicación gracias a la accesibilidad a las nuevas tecnologías de la información. Aquí deberían tener una función determinante los responsables de los medios implicados, imponiendo normas de un mínimo respeto a la dignidad de las personas. Muchos lo hacen. Pero parece que otros, por el contrario, prefieren facilitar que se desborde esta situación de delirio que tanto les gusta a los que apuestan por el enfrentamiento entre razas, credos y pueblos.
León Buil Giral