16/10/2008 - CAMBIAR, PARA QUE NADA SEA IGUAL
Una vez frenado en alguna medida el derrumbamiento del sistema financiero mundial, aunque aun no se sabe bien la profundidad y repercusiones de la debacle, todo el mundo se apresta a buscar soluciones que eviten en el futuro que se reproduzca una situación que podría arruinar muchos años de progreso de una parte del mundo y acentuar la miseria de la otra parte, la que proporciona las materias primas y la mano de obra barata. Hasta el momento, las soluciones han tenido un carácter corrector para detener provisionalmente lo que parecía una caída libre de las bolsas de valores y el hundimiento de las entidades financieras. En una acción coordinada por la necesidad, los dirigentes de las más importantes economías mundiales -al margen han quedado notables potencias emergentes o casi emergidas- nucleados en torno a EE.UU, la Unión Europea y el ASEAN, han tratado de contener el derrumbamiento de las bolsas y de los mercados de materias primas, que ya están acusando la retracción de la actividad económica. Y han tratado, sin éxito, de devolver la confianza a los ciudadanos, que fían más en los hechos que en las intenciones y buenas palabras.
Pero lo cierto es que, pese a la actuación conjunta o coordinada de los países más poderosos, no se ha conseguido con los instrumentos disponibles devolver la confianza a los mercados ni conjurar la amenaza de una severa recesión económica, anunciada ya hace días por algunos analistas económicos y refrendada con inoportunidad flagrante por el presidente de la FED, lo que junto con algunos malos datos sobre el consumo, ha vuelto a teñir de rojo las bolsas de todo el mundo.
Hay pocos elementos en presencia para tener algún consuelo porque, aparte de algunos especuladores que siempre acechan su oportunidad, todo el mundo saldrá perdedor. Pero, como ocurre en todas las situaciones de crisis, se sacan enseñanzas y se arbitran medios para evitar que se repitan. Esta es la única parte positiva de la crisis, aparte de la enseñanza global urbi et orbi de la transitoriedad de los períodos de bonanza económica, porque se había instalado en la sociedad el sentimiento de todo lo contrario.
Porque hasta el altanero presidente yanqui ha tenido que reconocer que, además de una actuación conjunta siguiendo el modelo marcado por el premier británico, se hace necesario modificar sustancialmente los mecanismos de regulación y control del sistema financiero a escala mundial, como ha propuesto Sarkocy y ha respaldado el Consejo Europeo. La inmediata reunión de una conferencia internacional en la que se impliquen los países más importantes de todo el mundo, deberá abordar unas reformas que se hacen necesarias al haberse comprobado la insuficiencia de las previsiones que derivaron de los acuerdos de Bretón Woods, pronto superados, por los que nacieron el FMI, el Banco Mundial, el grupo de G-10, el BIS y otras entidades de regulación financiera, pero sobre la base de un amplia libertad de movimientos de capital y de prestación de servicios financieros con escasos controles.
La crisis actual ha desmontado la arquitectura de un sistema financiero tan liberal como incapaz de corregir los excesos del mercado. A fin de cuentas resulta que el Estado es la institución que puede poner orden sobre los excesos del sector financiero privado, como en otros sectores aun más sensibles. Hay que cambiar muchos conceptos erróneos y muchos comportamientos tortuosos o negligentes. Mucho hay que cambiar.