León Buil

13/01/2011 - La impopularidad de Rodriguez Zapatero

En estas páginas, y también en otras, he venido durante años analizando con acierto diverso el recorrido político del presidente del gobierno, tanto en su etapa dulce de los primeros cuatro años, como en la amarga de los últimos tres. En aquel primer período no cabían más reproches que la desafortunada negociación con ETA y el temerario aval a la elaboración del Estatut, al margen de comenzar con su tendencia a prescindir de los mejores elementos de su gabinete como Jordi Sevilla, Lopez Aguilar, Cristina Narbona o Jesús Caldera, sustituidos en ocasiones con personas de escaso peso político, lo que se traducía en una pérdida de confianza en la capacidad del ejecutivo para resolver las grandes cuestiones nacionales (no, por supuesto el asunto del tabaco) y, poco más adelante para afrontar la crisis económica, ignorada primeramente y menguada después por el propio Rodríguez Zapatero.
La interpretación de todos estos acontecimientos y singularmente del ocultamiento de la difícil situación económica puede ser muy diversa, pero los resultados son inequívocos: todos ellos han contribuido a erosionar la credibilidad del gobierno y de su presidente y a abatir sobre éste un coste de impopularidad que va creciendo de encuesta en encuesta.
Sin embargo es justo hacer una matización, porque el declive de la popularidad de Rodríguez Zapatero no ha sido uniforme sino que, después del ajuste político que se dilucidó en las elecciones legislativas de 2008 respecto de las medidas adoptadas en la anterior legislatura y que dejaron una valoración aceptable y muy superior a sus rivales políticos, se produjo una perdida progresiva de estima popular con el hundimiento del sector inmobiliario y la afectación profunda de la crisis económica.
Sin embargo, el desplome de la popularidad del presidente y de la intención de voto ha ido paralela a la adopción de medidas tan amargas como la supresión del premio de natalidad, de la deducción por vivienda habitual o de la prestación para quienes hubieren agotado el subsidio de desempleo, de inminente aplicación; o el nuevo cálculo de las pensiones de jubilación o el aumento de la edad para obtener esta, o el incremento de algunos impuestos. Todas estas medidas, junto a la escandalosa cifra de desempleados que solo últimamente parece contenerse, han favorecido el rechazo popular al actual gobierno y a su presidente.
Pero nada de esto es distinto a lo que ha ocurrido en otros países de nuestro entorno en los que, con la excepción de Alemania y Noruega, se han aplicado políticas semejantes de ajuste que en todos los casos han supuesto grandes sacrificios para los ciudadanos que, igualmente, han mostrado su animadversión contra sus gobiernos según revelan encuestas de toda fiabilidad. Cuando no hay harina todo es mohína. Claro que en nuestro caso viene precedida la situación por algunos errores ya señalados antes y por la constante ofensiva de los partidos de la oposición que han tratado de obtener ventajas electorales, negando toda colaboración al Gobierno incluso cuando este adoptaba mediadas patrocinadas por aquellos: un peligroso juego político que dice muy poco a favor de quienes aspiran a gobernar España. No es esto lo que recomendaba hace bien poco el Rey ni lo que aconseja el sentido común y un mínimo de patriotismo.