León Buil

03/11/2009 - PACES TRANSITORIAS

Ya ha terminado su reunión el Comité Ejecutivo Nacional del Partido Popular y como en tantas otras reuniones semejantes en circunstancias análogas, se han dado por resueltas las querellas internas y por resueltos los enfrentamientos por el poder. Esperanza Aguirre se ha retirado prudentemente -sabiamente- al comprobar que no estaba el horno para bollos después del pulso por Caja Madrid; Ruiz Gallardón ha permanecido en un segundo plano tras de su vicealcalde; Camps ha seguido con su sonrisa puesta con forceps, pero puesta; Rodrigo Rato, que se ha mantenido al margen de cualquier maniobra de poder dentro del partido, se encamina a su importante presidencia amparado por todos pero con el recelo de muchos porque saben que no figura entre sus objetivos dirigir un partido convulso, pero no despreciaría ser el candidato de la derecha a la presidencia del Gobierno. Parece por tanto que la paz se ha establecido en la cúpula del partido popular y que la amenaza de graves disensiones se ha disipado reforzándose la figura de Rajoy.
Pero como es muy frecuente en las crisis de liderazgo de los partidos, que curiosamente no se producen cuando existe un poder casi absoluto de su líder, resulta muy complicado reconducir las ambiciones de poder: desde luego, es más difícil que someter las desviaciones ideológicas o las estrategias, porque es más fácil llegar a puntos de encuentro. No es el caso del partido popular.
Hubo una casi total unanimidad al hacer los análisis políticos del Congreso del partido popular en Valencia que la pugna por el poder, en el que hubo amagos de optar a la presidencia por parte de cuatro personajes, no se había cerrado y que seguían latentes las pretensiones de los optantes conocidos y quizá de otros de segunda fila,, o que perseguían otros escenarios de poder distintos al nacional. No andábamos descaminados los analistas, y buena prueba la tenemos estas últimas semanas en las que se ha tratado de descartar a Juan Costa con la patada en las posaderas de su hermano al propio tiempo que se debilitaba a Zaplana. O con la solución dada a la presidencia de Caja Madrid, para frenar las apetencias de poder de Esperanza Aguirre. Pero cosa muy distinta es que el liderazgo de Rajoy haya quedado consolidado definitivamente pese al apoyo de las encuestas y de la situación económica. Con el trasfondo del caso Gürtel que deparará nuevas e inmediatas sorpresas y otras derivaciones de la misma naturaleza, la cúpula del partido popular ha conseguido un cierre de filas no solo oportuno sino indispensable.
Pero en política los heridos siempre alcanzan la curación y no suelen olvidar a su agresor ni pierden la esperanza de doblegar su poder, por muy buenas palabras que se ofrezcan. Rajoy ha conseguido acallar a sus rivales directos y serenar a militantes y votantes por no sabemos cuánto tiempo. Pero no ha conseguido, desafortunadamente, recuperar la confianza que todos ellos, o muchos cuando menos, le otorgaron por el desarrollo y resultados del congreso celebrado hace menos de año y medio en Valencia.
En el Comité Nacional se ha producido unanimidad al respaldar la firmeza dialéctica de Rajoy. Pero todos saben que es una firmeza forzada y una paz transitoria fruto de una delicada situación del partido. Hasta la Secretaria General , Maria Dolores de Cospedal experta en no pestañear por nada, parecía en su comparecencia haber aprendido el guión: unidad y firmeza. No más espectáculos. Ya veremos cuanto duran las buenas intenciones.