Las intervenciones de los gobiernos y bancos centrales de los países desarrollados durante estos últimos días para atajar la crisis económica que afecta con gran dureza especialmente al sector financiero, están resultando baldías o insuficientes o inadecuadas, ante la aparición de nuevos actores con sus finanzas podridas o irresponsablemente comprometidas, o afectadas por la insolvencia culpable de otras entidades. El esfuerzo de los dirigentes políticos acabará por dar resultado, pero va a costar mucho esfuerzo recuperar la confianza de los ciudadanos de los países afectados en un sistema financiero basado en el libérrimo juego del mercado: porque hasta el momento, la Unión Europea solamente ha actuado para garantizar los depósitos bancarios y ha recomendado sin mucha energía una regulación más estricta del conjunto del sistema financiero a escala global.
Hasta el momento las consecuencias de la crisis se han traducido en un aumento del desempleo por despidos, bien de modo preventivo o por la crisis de las empresas empleadoras, aunque las quiebras no han alcanzado todavía a las grandes compañías industriales. Pero quienes sí están sufriendo las secuelas del quebranto de las economías y de la restricción del crédito son muchas personas que han afrontado la adquisición de su vivienda fiados en unos mercados al alza y en un crecimiento que parecía sostenido. La desconfianza que ha cundido en todas las capas de la sociedad ha dado como resultado inmediato la extracción del numerario depositado en bancos que estaban bajo sospecha y en la venta a la baja de títulos valores, lo que ha llevado a la bancarrota a algunas entidades bancarias y de seguros.
Hoy se van conociendo las causas de este gigantesco fiasco, que ya tuvo su prólogo con el caso Enron y algún otro también de semejante entidad. Las autoridades americanas dejaron hacer, siguiendo la pauta de la mínima intervención del Estado, permitiendo un endeudamiento creciente del sistema del que las llamadas "hipotecas basura" no eran más que la parte más visible y conocida de unas prácticas no solo heterodoxas en términos económicos, sino presuntamente delictivas. Porque hay que considerar estafa sobrevalorar los activos y minimizar las obligaciones, falsear las contabilidades y engañar a los clientes. Y esto es lo que ha ocurrido al otro lado del Atlántico con la permisividad de las Agencias estatales y el lucro desmedido de los gestores de dichas empresas.
Ahora corresponde, desde Tokio hasta Ottawa y desde Moscu a Lisboa, recuperar el crédito en las entidades financieras y conjurar en la medida de lo posible la previsible recesión económica. Pero también hay que aprestar medidas para impedir que la crisis la paguen los de siempre, en tanto los especuladores aprovechan la situación para mejorar sus ganancias. Y también habrá que depurar las responsabilidades de los políticos de ultramar que han mirado hacia otra parte mientras la economía hacía agua y la de quienes se han valido de un liberalismo sin fronteras para crear una ficción de riqueza que se ha desvanecido arrastrando a medio mundo. Corrupción política por el entramado de intereses cruzados con las grandes corporaciones financieras. Y corrupción económica, fraude, estafa y falsedad, como instrumento para satisfacer la avaricia de quienes ya tienen de todo, menos honradez.