14/12/2005 - Desobediencia civil
Parece fuera de toda duda que los estrategas del partido popular han decidido seguir su política de confrontación total con el Gobierno aprovechando cualquier excusa, por muy banal que pueda ser. Pero la última acción no ha consistido en un fogueo de distracción, sino en una andanada de artillería gruesa contra la LOE que ha disparado Ana Pastor, asociada desde hace algunos meses al núcleo montaraz de los populares y alumna aventajada de las enseñanzas aznaristas para un uso eficaz de cualquier medio para alcanzar el poder, claro que con el límite del golpe de Estado al que en ningún caso se debe ni se puede llegar. Lo demás, vale todo.
Es comprensible la irritación de un sector del partido popular al ver fracasada su gran ofensiva contra la reforma educativa, incluida la movilización callejera, al ser aceptada por la poderosa federación de la enseñanza privada religiosa y por otras asociaciones. Aclarados y consensuados algunos de los aspectos más polémicos del proyecto de Ley, al partido popular se le habían volatilizado buena parte de los temas arrojadizos que pensaba ir lanzando durante la tramitación en las Cortes, lo que hacía necesario buscar un recambio en el mismo ámbito de la educación. Y lo ha encontrado de modo bien simple: en las Comunidades Autónomas donde gobiernen establecerán un currículo común en historia, geografía y literatura, aclarando que, "añadiendo las peculiaridades de cada comunidad". Hay muchas otras cuestiones que no aclaran especialmente en cómo se concretarán tales contenidos compartidos ni qué papel tendrá el porcentaje de materias fijadas por el Gobierno central que ya establece la ley. No sería sorprendente que nombraran un ministro de Educación propio, para coordinar las medidas a introducir en el sistema educativo de las Comunidades Autónomasa en las que gobiernan. Una desobediencia civil en toda regla.
Este dato pone de relieve que tras algunos titubeos, ha triunfado plenamente la línea dura marcada por Aznar aderezada con las espléndidas aportaciones de la actual cúpula del partido. Aunque es difícil dar espacio a la sorpresa, el futuro nos brindará abundantes sobresaltos que recorrerán desde la reforma tributaria a la opa de Endesa, sin perjuicio de realimentar la teoría de la conspiración del 11-M, la claudicación ante las exigencias de ETA o el sometimiento a los independentistas de todo signo. Se ha solemnizado el levantamiento total de la veda, y ya no habrá en adelante pieza protegida hasta que el PP recupere el poder del que, por supuesto, no participarán los tibios ni los ecuánimes ni los que preconizan un partido más centrista.
Para una alta proporción de la sociedad española la situación creada y alimentada a diario por la oposición visceral de los actuales dirigentes del partido popular, e infructuosamente desactivada por el partido socialista que empieza a irse de los nervios, es nefasta y preocupante. Son muchos los ciudadanos, especialmente los oyentes matinales de la COPE, que barruntan un futuro de descomposición de España y hasta de violencia generalizada. Por su parte los más optimistas dicen que no debe existir preocupación porque la sociedad ha evolucionado y la democracia garantiza la solución pacífica de los conflictos.
Ninguna de las dos posiciones representa cabalmente la realidad actual, mucho más compleja en cuantos a los factores que intervienen pero con abundantes recursos instrumentales para que los problemas no se desborden. Sin embargo es preocupante la escalada que prosigue la dirección del partido popular -que no representa al sentir mayoritario de sus militantes, por mucho que les aclamen- aprestando nuevos métodos para desestabilizar al Gobierno legítimo. Ahora ha sido la desobediencia civil, o la insumisión, como también se ha calificado. En un futuro puede ser cualquier otra maniobra, porque hay muchos intereses detrás de las políticas que defiende el partido popular y son extraordinariamente poderosas las fuerzas que lo apoyan, que no se limitan al ámbito mediático. El Gobierno tiene la responsabilidad de rebajar la tensión, impedir cualquier maniobra no democrática y evitar introducir en el debate político nuevas temas demasiado controvertidos. Ya habrá tiempo de abordarlos.
León Buil Giral