León Buil

08/01/2007 - LOS REDITOS DE LOS ETARRAS

El monstruoso atentado de Barajas puso punto y final a la esperanza de una gran parte de los españoles en el final del terrorismo y desplomó el optimismo un tanto ingenuo de Rodríguez Zapatero en la prosecución de un diálogo que, hoy lo sabemos, era de sordos porque las bases de partida de los interlocutores no solo eran distintas, sino incompatibles. Que quede, sin embargo, bien claro que en tanto los terroristas planteaban como requisito previo la autodeterminación los negociadores del gobierno español exigían el cese absoluto de toda violencia y rechazaban por absurdo de raíz el planteamiento soberanista de los etarras, como no podía ser de otro modo, aunque desde el partido popular se acusaba al gobierno - y se le seguirá acusando - de haber negociado la autodeterminación, la amnistía y la cuestión navarra.
Lo verdaderamente sorprendente es que Rajoy, al término de la entrevista mantenida con Rodríguez Zapatero, haya manifestado que "no me he ido de la Moncloa con una idea clara de lo que pasó y tampoco qué es lo que quiere hacer el presidente", lo que revela hasta qué punto llega el cinismo y la irresponsabilidad del presidente de los populares que parece ignorar que el atentado se produjo porque el gobierno no quiso ceder a las exigencias políticas de los etarras.
Algo tan obvio como esto, reconocido por cualquier persona de buena voluntad, es ignorado también por el cortejo de voceros habituales que cargados de rencor descargan sus armas dialécticas contra el gobierno legítimo que, además, estaba especialmente legitimado para buscar el fin de la violencia mediante un acuerdo parlamentario. No es sorprendente que los tradicionales beneficiarios de las prebendas dispensadas por la derecha en su etapa de gobierno traten por todos los medios de reventar la que es, con todos sus defectos y errores, una etapa de normalidad democrática e intenten instalar en el poder por todos los medios a sus benefactores. En alguna medida, es algo que siempre ha ocurrido con las distintas opciones políticas, pero que en los últimos meses ha alcanzado unos niveles de paroxismo desconocidos desde los tiempos de la ofensiva despiadada contra Adolfo Suárez. Entonces se dijo que algunas plumas untaban en fondos opacos de muy variada naturaleza; hoy se podría decir que obtienen su tinta en favores o disfavores de unos u otros, pero no de un análisis aceptablemente objetivo y sujeto a los más elementales principios éticos.
Actitudes como las descritas nada tienen que ven con una crítica de la gestión del proceso de paz, que quizá no se ha desarrollado del modo más eficaz. Aunque la banda terrorista ha dinamitado con el atentado de Barajas la suerte de sus presos y el futuro en paz de Euzkadi, no cabe desconocer que previamente se habían dado indicios que hacían dudar de las verdaderas intenciones de la banda. Esto decíamos en otro artículo del 25 de septiembre pasado. Pero que se hayan dado fallos de información no implica deslegitimar un proceso deseado por una mayoría sustancial de los españoles, como pusieron de manifiesto numerosas encuestas.
Hoy el presidente del partido popular, aunque haya empleado un tono más mesurado que en otras ocasiones, ha perdido la oportunidad de dar una prueba de nobleza al aferrarse al pacto por las libertades y contra el terrorismo como único desenlace al fin del proceso: como si las demás fuerzas políticas democráticas, nacionalistas o no, fueran ajenas al objetivo sustancial de ganar una paz duradera en todo el territorio español; como si la erradicación del terrorismo solo concerniera a los dos grandes partidos y los demás nada pudieran aportar. Mal comienzo de año para todos los demócratas y peor para los terroristas, que han reventado el proceso de paz y a la par su futuro, llevándose por delante unas vidas humanas y la ilusión de muchas personas de vivir en verdadera libertad y democracia.