León Buil

21/12/2005 - ALFORJAS PARA UN VIAJE

 

            A la vista del texto articulado que el Gobierno ha entregado a los grupos parlamentarios catalanes que apoyan el proyecto de Estatut, tiene algún sentido aparente la expresión de Duran i Lleida de que para tal viaje no hacían falta alforjas, aunque bien sabe el Portavoz del Grupo Catalán en el Congreso que estamos ante un documento de trabajo que no es definitivo ni en cuanto a mínimos ni máximos, y que los puntos sustanciales  a negociar siguen siendo los mismos que siempre se han destacado a lo largo de la elaboración inicial de las líneas fundamentales y posteriormente durante la tramitación ante el Parlament. Son asuntos que, o incurren en inconstitucionalidad o se consideran inconvenientes para mantener la estructura del Estado en un nivel que asegure la eficacia de sus cometidos sin merma de los atribuidos a las comunidades autónomas. Porque de la naturaleza federal y de la asimetría, si se entiende ésta como privilegio, hay que olvidarse.

            Es realmente curioso que ante la aparición de la contrapropuesta presentada por el Gobierno -que no es la de un supuesto núcleo duro que la habría impuesto al Presidente- los profetas que auguraban un futuro apocalíptico para España no hayan tenido la vergüenza de guardar silencio, porque pedir otra cosa sería demasiado pedir. Por el contrario, han redoblado la ofensiva acusando al Gobierno de engañar a sus socios y al pueblo de Cataluña con falsas promesas, de tener una política autonómica errática y ahora, pasmosamente, de comprometer la estabilidad de las instituciones. Y como los pretendidos argumentos ya no pueden digerirse, se ha pasado al insulto directo y a defender su uso en boca de los dirigentes del partido popular.

            Es penoso ver a Rajoy, a quien muchos creíamos persona centrada, ecuánime y tolerante, descender al insulto personal y directo como respuesta a otro insulto de Rodríguez Zapatero, también reprochable aunque fuera de naturaleza política. Y resulta más penoso todavía y preocupante que el principal partido de la oposición, en lugar de colaborar a sacar adelante el Estatuto de Cataluña, cuando el Gobierno ha reconducido los excesos del texto y los redactores del proyecto están por la negociación, siga sembrando confusión y calentando el ambiente, como si pretendiera restar toda racionalidad al debate político y toda posibilidad de acuerdos.

            Saben en el partido popular que las actitudes mantenidas por sus dirigentes sirven para aglutinar en torno al proyecto político a lo más granado de la derecha y la ultraderecha española. Es una estrategia de fines exclusivamente electorales aunque se revista de principios ideológicos como excusa, especialmente la unidad de España, la defensa de la Constitución y la solidaridad. Saben también que una situación caótica real, no simplemente predicada, les beneficiaría electoralmente porque la confusión es tan rechazada como el desorden o la imposición autoritaria por el electorado. Y se aplican a confundir para que el fracaso en la negociación del Estatuto catalán arrastre al tripartito catalán y al propio Gobierno.

            Las alforjas que traía el Gobierno son bien conocidas, aunque en los medios y núcleos hostiles no se hayan querido conocer. Y hace ya meses, decíamos en este mismo medio que el Estatut o sería constitucional y políticamente correcto o no habría Estatut. De modo muy claro e inteligible lo había manifestado Jordi Sevilla y con más ambigüedad  pero reiteradamente el propio Presidente, obligado a nadar y guardar la ropa hasta concluir el debate presupuestario y normalizar las relaciones con CIU, no solo por razones de buscar un recambio para dar estabilidad al gobierno, sino porque la formación convergente, con trastiendas por medio, ha venido contribuyendo sensatamente a la gobernabilidad del Estado, con unos y con otros. Y esto, nadie lo puede negar.

            O sea que todos llevan sus alforjas bien repletas para coronar proyectos que en todos los casos tienen un largo alcance político: los defensores del texto del Estatuto que examina el Congreso, con unas pretensiones que en términos medios se pueden considerar maximalistas; el Gobierno, la Constitución aderezada con la interpretación del Tribunal Constitucional y una real voluntad negociadora. En el partido popular,     desafortunamente, parece que solo llevan material arrojadizo.