León Buil

03/11/2008 - LAS CRISIS INTERNAS

La atención del mundo se ha centrado en las últimas semanas en los dos acontecimientos que se van a dar en los Estados Unidos en los días inmediatos, uno de ellos, mañana mismo, cuando el pueblo norteamericano otorgue con su voto la confianza a uno de los dos candidatos y sus políticas respectivas: muy diferentes en aspectos fundamentales y con efectos bien distintos en el resto de las naciones. El otro suceso trascendental es la reunión del G-20 el próximo día quince, en la que se trazarán las líneas de actuación sobre la profunda y compleja crisis financiera que amenaza a todo el mundo y se revisarán, acaso, axiomas económicos considerados irrebatibles. Son ambos unos asuntos planteados reiteradamente y analizados en todos sus aspectos y consecuencias, por lo que prudentemente solo cabe referirse a su efecto distracción respecto de otras cuestiones más próximas y perentorias. Lo que no ocupará comentario alguno de este que firma es si Rodríguez Zapatero debe estar en aquella cumbre. Creo que sí por razones objetivas y hay que defender su participación.
Pero además de la crisis global y de la ya presente recesión económica hay otras situaciones de crisis que se están adueñando de las sociedades europeas y en lo que nos afecta más, de la española. Porque instalados todavía en unas aceptables circunstancias económicas personales, hay un amplio porcentaje de la población que vive con la preocupación de conocer el rumbo que llevan las instituciones financieras, o las intervenciones de los Estados y de las instituciones nacionales y supranacionales y sus repercusiones en las bolsas de valores o de materias primas. Como si el mundo y las crisis acabaran en esos puntos.
Pero desafortunadamente empiezan a aflorar otras crisis menos espectaculares pero también más directas y crudas, más inmediatas y penosas. Las cifras del desempleo alcanzan en España cotas que no aventuraban los más pesimistas, con la agravante de extenderse a todos los sectores productivos. La morosidad que se ha triplicado en el último cuatrimestre según las entidades financieras tiene su reverso en la desesperación de los morosos -los de buena fe- que no saben cómo cumplir sus compromisos y se ven abocados a perder sus viviendas o sus negocios. La inseguridad por el futuro económico se ha adueñado de amplias capas de la población, que viven en una ansiedad que repercute en sus relaciones sociales y familiares y alimenta el descenso del consumo, más por la desconfianza en las expectativas que por la situación real, al menos en muchos casos.
Ante este cúmulo de situaciones críticas, simultáneas a la crisis financiera, el Gobierno ha reaccionado con alguna tardanza y sobre todo de modo fragmentario y desconcertado. Las medidas adoptadas para socorrer a los diferentes sectores productivos y a las economías particulares han adolecido de un marco completo de medidas que paliaran los efectos, ya conocidos desde hace meses, de una crisis que afecta a todos pero con consecuencias muy distintas. No es lo mismo perder las plusvalías acumuladas durante los años de bonanza que perder el empleo, y tampoco merecen el mismo tratamiento.
El gobierno ha instrumentado medidas adecuadas para cooperar a resolver los supuestos más notorios de los perjudicados por la situación, aunque ha faltado un panel completo y simultáneo de providencias que además de resolver situaciones personales, devolviera la confianza a los ciudadanos. Pero transcurrirá la jornada electoral en los Estados Unidos, se reunirán los 20-G con o sin la presencia de España, y aquí quedará por resolver el paro registrado y el no registrado, el cierre de empresas censadas y la desaparición de muchas de economía sumergida, el problema de los que pueden perder su vivienda y los que no han podido aspirar a obtenerla y viven de prestado,o el ya constatado aumento de la pobreza. Son muchas crisis amontonadas que habrá que atender adecuadamente.