León Buil

12/03/2007 - La España que produce temor

Ya se ha disipado en buena parte la tormenta popular y mediática que acompañó a la manifestación organizada por el partido popular el sábado pasado, con su guerra de cifras y su arenga patriótica que vino a colmar parcialmente los deseos de los manifestantes que acudían al acto para pedir la dimisión de Zapatero -ya le han eliminado el primer apellido- bajo la doble cobertura de las banderas españolas y los lazos azules que, lejos de su real significado de unidad y paz, sirvieron para certificar la existencia de una España anclada en las nostalgias de aquellos salvadores que por la gracia de Dios, vencieron al comunismo y a la masonería o, alternativamente, evidenciaron que la enseña nacional puede servir a intereses partidistas. Y no porque se gritaran barbaridades y amenazas la manifestación dejó de ser un acto democrático, que transcurrió pacíficamente y que puso de manifiesto lo que ya se sabía: que un sector de los ciudadanos no solo están en contra de la política antiterrorista del gobierno, sino de toda la política del gobierno, que no lo consideran su gobierno y que harán cualquier cosa para echarlo del poder.
Porque ahora se va descubriendo que la estrategia marcada por el partido popular desde el mismo día en que perdió las elecciones, combinaba la exclusión de cualquier tipo de pacto con el gobierno a fin de tener libres las manos para hacer oposición en todo y con todos los medios, y la alianza con los sectores sociales más abiertamente contrarios a un gobierno progresista, por lo que se buscó la complicidad del sector más reaccionario de la iglesia católica y se dio realce a los núcleos ultraderechistas propios y acogimiento a los externos, al tiempo que obtenía el respaldo de los medios de comunicación conservadores. Bien tenían que saber los muñidores de esta estrategia, con Aznar a la cabeza, que llevar adelante estos propósitos entrañaban un alto riesgo de ruptura de la sociedad y de quebranto de las instituciones básicas del Estado, pero confiaban en que una vez en el poder se conseguiría recomponer las averías. Se trataba y se trata del mismo modus operandi que emplearon contra Felipe González, pero ahora sin la letal arma de los GAL que han sustituido con la lucha antiterrorista.
Pero si todo quedará aquí podría considerarse como uno de esos casos que muestra de vez en cuando la historia política, en la que el fair play está en claro retroceso. Cualquiera sabe que pocas veces el rencor entre dirigentes políticos es obstáculo para llegar a acuerdos. Lo que no tiene fácil remedio es su traslado a la sociedad o más concretamente al electorado. Es lo mismo que ocurre con las frases o con las palabras: tienen muy distinta importancia según quién las expresa y en que circunstancias o de qué sentimientos se acompañan.
Y lo que nos muestra la experiencia diaria, a todos, es que en ámbitos crecientes de la sociedad y muy especialmente en las capas más conservadoras, están anidando sentimientos que van mucho más allá del mero antagonismo político y tienen todos los caracteres del aborrecimiento y la demonización del contrario, al que no solo le imputan todas las desgracias presentes sino también le hacen sujeto de toda clase de conjuras y traiciones a la patria, a la familia, a la educación. Son los enemigos a batir. Solo falta el llamamiento a una nueva cruzada.
Esta fracción de la España crecientemente fraccionada, es la que produce temor, porque comienzan a oirse amenazas que llevan la revancha hacia la violencia, que ya muchos empiezan a justificar; porque ponen bajo sospecha cualquier iniciativa del gobierno legítimo al que deslegitiman constantemente tildando de mentiras sus aclaraciones. Es lo que ocurrió con Rodríguez Zapatero esta semana pasada en el Senado, y es lo que muy probablemente ocurrirá en el Congreso pese a la contundencia de los argumentos y la comunicatibidad de Pérez Rubalcaba. Basta con decir que mienten y que ocultan sus intenciones de romper España y hacer claudicar el estado de derecho, y trasladar a la calle sus condenas. Allí, alimentará la animadversión y el rencor de quienes ya hablan sin tapujos de echar a los socialistas "como sea". Esta fracción de España, de los españoles, produce temor.

León Buil Giral