León Buil

14/10/2009 - DE COSTA A COSTA



Lo que está ocurriendo en la costa mediterránea empieza a ser incomprensible incluso para quienes estamos acostumbrados a fajarnos con las paradojas políticas: un presidente que sonríe pero no habla; un secretario general que habla pero no sonríe; un dirigente nacional Rajoy, que ni habla ni sonríe; una Secretaria General que amenaza destituir a otro Secretario General que no quiere ser cabeza de turco de un asunto en el que quizá ha participado, pero no es ni el único ni el mayor responsable. De aquí que lance veladas amenazas de pasar prenda a otros miembros del partido popular, en el que empieza a cundir la preocupación al comprobar que la teoría de la conjura ha tenido escaso recorrido, incluso con sesgadas interpretaciones de algunas actuaciones como la solicitud de las fiscales del caso Gürtel de retirar algunas grabaciones obtenidas de modo irregular: bien saben los juristas del partido popular que es obligación de la fiscalía"velar por la defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público tutelado por la Ley, de oficio o a petición de los interesados,..." y" Velar por que la función jurisdiccional se ejerza eficazmente conforme a las leyes y en los plazos y términos en ellas señalados, ejercitando, en su caso, las acciones, recursos y actuaciones pertinentes" Esto es lo que hicieron: pedir la eliminación de las declaraciones obtenidas sin la autorización judicial motivada.
Pero dejando a un lado todos estos asuntos de corrupción en concreto, porque atenderlos nos llevaría a rememorar otros muchos que han quedado eclipsados por las dimensiones y caracteres del Gürtel, hay que volver a incidir en las consecuencias tan negativas para el sistema democrático y para el papel de los partidos políticos, de unas prácticas delictivas algunas, reprochables otras y rastreras muchas más que casi siempre quedan en la sombra. La experiencia diaria muestra la escasa categoría personal y política de muchas personas que, sin embargo, ostentan en ocasiones altas responsabilidades. Pero raramente se eliminan esas ovejas negras aduciendo argumentos casi siempre de trascendencia electoral, de clientelismo político o de paz interna. En esto hay escasas diferencias entre unos partidos políticos y otros.
Pero hay algo en todo este lío de la dimisión/cese de Costa que no cuadra muy bien en el contexto de la inflamada defensa de su honradez y su lealtad y disciplina. A quienes con responsabilidades similares en otros tiempos recibimos unos soldaditos de plomo o un abrecartas, se nos caen las pestañas de asombro cuando nos enteramos del nivel y cuantía de algunos regalos que circulan por ahí. Pueden ser lícitos y hasta fundados, pero la opinión pública los interpreta como manifestaciones de pagos de favores políticos o de uso de influencias. Estas conductas caen inmediatamente bajo el manto de la sospecha en cuanto son conocidas, y perjudican a los partidos políticos que no ponen reparos a estas prácticas. Este es el estadio en el que se encuentra el asunto Costa/Camps que, al margen de las implicaciones de uno u otro en la financiación irregular del partido o en los cohechos u otros delitos, está dejando un penoso panorama del partido, donde parece que la desvergüenza alcanza a muchos. El problema no es solo Costa o Camps. Es que parece que las irregularidades y los problemas anejos se extienden de costa a costa.