05/05/2006 - Los partidos de Esquerra
Hasta ahora han coexistido en el mundo de la opinión y el análisis político las ideas de que en Cataluña existía un partido republicano e independentista de izquierda que respondía a las siglas ya históricas de ERC, que colaboraba con seriedad en los asuntos del Estado en Madrid y participaba en el Gobierno catalán con actuaciones de mucho calado. También era sabido que este partido político mantenía una organización asamblearia que condiciona notablemente los acuerdos de su Ejecutiva Nacional, más todavía porque son centenares los cargos municipales comarcales, provinciales y de otras instituciones, configurando un Consejo Nacional numerosos y heterogéneo. Esta trama de poder en los niveles más próximos al electorado viene constituyendo una colectividad de presión política que los dirigentes no pueden ignorar sin afrontar consecuencias muy negativas en sus cargos orgánicos en el partido. Tampoco es un secreto que, con el denominador común del nacionalismo, los grados de éste y del pregonado izquierdismo se distribuyen en una larga escala que va desde el independentismo más radical hasta posiciones más posibilistas y un izquierdismo que apunta más a los gestos que al fondo.
Pero siendo esta una descripción simplificada de la situación de ERC cuando obtuvo sus buenos resultados en las últimas elecciones autonómicas y legislativas, no es dudoso que su participación directa o indirecta en el poder de las instituciones catalanas y estatales y, de modo especialmente significativo, sus aportaciones a la elaboración del Estatut y la defensa del texto de máximos que aprobó el Parlament han introducido elementos extraños y a veces contradictorios con su discurso programático, convertido en muchos de sus puntos por obra de presentaciones populistas en fundamentos ideológicos. Y cuando se entra en este terreno, el margen de maniobra se reduce sustancialmente: después de sostener durante años el alegato victimista y la pretensión independentista frente a la opresión castellana, es muy difícil por no decir imposible convencer a las bases de que el Estatut aprobado en las Cortes Generales no tiene nada que ver con los planteamientos iniciales y merece un voto en blanco o nulo., cuando hace pocas semanas -antes de la "interferencia" de CIU- se alimentaba la confianza de ir por buen camino y llegar a un buen acuerdo. Ahora es demasiado tarde para rectificar y tendría un coste político importante dentro del propio partido y entre el electorado que, cuando menos, anda confundido.
Cuando hoy se reanude el debate en los órganos máximos del partido, las discrepancias de las últimas semanas van a cobrar su peaje, porque si se despoja de la capitalización que pueda hacerse de los resultados del referéndum, la apuesta por el "no" resulta contradictoria con los avances conseguidos y pregonados durante la tramitación del Estatut, coincide de modo grotesco con la posición del partido popular y con otros sectores derechistas y centralistas y pone a ERC en situación de tener que abandonar el Govern si quiere mantener una mínima coherencia con sus postulados. Claro que en este último punto confiarán en que Maragall intentará por todos los medios mantener el tripartito para evitar la convocatoria de elecciones anticipadas, salvo que el resultado refrendario fuera tan negativo que representara una censura popular al texto aprobado.
La libertad de opinión y la existencia de corrientes en los partidos es indudablemente una hermosa purificación de la democracia, pero nunca hay que perder de vista que un partido político como ERC es una organización que elige a sus dirigentes y marca sus programas y objetivos, sin que puedan quedar al albur de movimientos internos o de cambios drásticos en las tácticas inmediatas, porque esta situación revela que no se trata de un partido político sino de una coalición con características de movimiento. Y si a esta situación se añade el rosario de declaraciones cambiantes y contradictorias de algunos de sus dirigentes, no es difícil imaginar el grado de confusión de la militancia y el escenario propicio para romper la unidad de acción.
León Buil Giral