León Buil

05/06/2007 - Las heces de la política

Aunque haya sorprendido el momento elegido, a pocas personas habrá cogido desprevenidos el comunicado de ETA, porque el fin de esa peculiar tregua anunciada hace catorce meses estaba cantado desde el robo de armas en Francia a finales del verano pasado, aunque sólo el atentado de Barajas puso punto y final a las ilusiones que muchos teníamos de que se encontrara una solución negociada al terrorismo etarra. Poco se sabía sobre la banda terrorista, pero el giro copernicano de Otegi y sus batasunos acongojados por las pistolas etarras y por sus bases más duras, daban poco lugar a la esperanza, como ya escribí en otras recientes ocasiones en este mismo medio, porque los terroristas tienen como medio de vida la extorsión y la violencia y como último recurso el asesinato, aunque empleen la pantalla del irredentismo nacionalista como excusa, algo que muy pocos ciudadanos creen.
Pero producido el desenlace, que obviamente todos lamentan, incluso Otegi aunque se pueda dudar de su sinceridad, ya se han marcado dos posiciones que desgraciadamente pueden resultar irreconciliables: la del Gobierno y todos los partidos democráticos que venían apoyando el proceso de paz aprobado por el Congreso de los Diputados, y la que mantienen los otros encabezados por el partido popular, los que acusaban de rendición, de humillación, de cesiones al chantaje, de la cesión de Navarra y de tantas otras insidias semejantes que hoy han quedado anuladas según la interpretación de los terroristas, a quienes darán el crédito que se niega al presidente del gobierno.
A reservas de algún detalle que pueda ofrecer Rodríguez Zapatero esta misma noche, no cabe duda que el margen de maniobra del gobierno desde el atentado de Barajas era inexistente: los términos en que la banda terrorista planteaba como irrenunciables las bases de una negociación, eran absolutamente inaceptables en clave democrática e inservibles para prolongar una situación de "alto el fuego permanente" salpicada de acciones para el rearme de la banda y la instrucción de los nuevos reclutas mediante la violencia callejera. Que existió una cierta ingenuidad o un excesivo optimismo en los resultados del proceso, ya se ha dicho con abundancia, pero lo que nadie podía suponer es que ETA bebiera en las heces de la política más sucia para justificar el fin de la tregua porque "no existen condiciones democráticas mínimas para poder desarrollar un proceso de negociación". Esto supone un ejercicio exponencial de cinismo y muestra cual es la catadura de los que dirigen la banda.
Pero si es siniestro que los terroristas hablen de democracia y de diálogo, puede resultar menos comprensible que personas o grupos políticos o entidades cívicas, rehuyan la unidad de todos frente a los terroristas porque no se acepte en su integridad y según su interpretación la política que ellos proponen y según la proponen. No sé si podrá deberse a hábitos adquiridos en tiempos pasados, cuando el consenso era de adhesión y el diálogo de sordos, pero en cualquier caso, no son hábitos democráticos.
Si el presidente del gobierno ha requerido la unidad y ha asumido aunque sea implícitamente una errónea gestión del fin negociado del terrorismo etarra, las urnas le pasarán la factura resultante. No sería en cambio ni ético ni patriótico pretender aumentar esa factura a costa de reventar una nueva orientación de la política antiterrorista.
León Buil Giral