24/10/2007 - BARCELONA
Son tantos las adversidades que se vienen cebando en la capital catalana que, hasta quienes meses atrás reeditaban una versión atenuada del anticatalanismo franquista, empiezan a considerar que tan mala suerte o tanta imprevisión como se deduce de algunos acontecimientos, no los merecen y que, en alguna medida, las quejas por la falta de inversiones o por la marginación en los programas del gobierno central eran justificadas. Porque ahora, cuando el suelo se hunde y afecta gravemente al sistema de transportes de la ciudad condal y de su entorno, se pasan cuentas en algunos aspectos y se comprueba que la Administración ferroviaria, la RENFE de siempre, descuidó el mantenimiento de las infraestructuras de cercanías y la reposición y modernización del material rodante; que la ejecución del enlace Madrid-Barcelona por AVE se ha dilatado en el tiempo más de cinco años sin que se pueda atribuir toda la demora a las dificultades del trazado sino, más bien, a la dejadez del anterior gobierno por agilizar los trámites; que efectivamente, las comunicaciones entre ambas capitales se postergaron en beneficio de otras que enlazaban con la región valenciana y el sur. Y más cosas aún.
Ahora las consecuencias las va a pagar un gobierno que ha tratado de paliar los pasividades anteriores y que se comprometió a llevar la alta velocidad a Barcelona el próximo 21 de Diciembre y que, por la incompetencia técnica de una empresa constructora unida al retraso en la ejecución de la obra, ha provocado una verdadera catástrofe que afortunadamente no ha producido víctimas personales, pero sí un notable quebranto a la vida ciudadana que se une a anteriores reveses de la misma naturaleza.
Ahora las iras se vuelven con Rodríguez Zapatero, que amparó en su día la gestión de la ministra de Fomento quien, pese a enviar al Secretario de Estado Víctor Morlán a deshacer el marrón que se iba acumulando -y ha hecho lo que estaba en su mano- no ha tenido habilidad para encauzar los problemas que se iban presentando, hasta desembocar en el hundimiento del sábado pasado.
La situación no cabe duda que puede tener un coste político para el partido gobernante y para su presidente, que venía desgranando sucesivas promesas que, aunque criticadas con escasos argumentos por los partidos de la oposición, entrañaban mejoras evidentes y en su momento buenos réditos electorales. Lo de Barcelona es un traspiés serio en su carrera pre-electoral, porque es uno de esos fenómenos que, como todos los que afectan directamente a colectivos muy numerosos, producen indignación y rechazo hacia quienes consideran responsables del suceso, en este caso la ministra Alvarez y por elevación, Rodríguez Zapatero.
Porque al margen de la realidad caótica que se da en Barcelona, a la ciudadanía hastiada y enojada que exige que se depuren las responsabilidades por los hundimientos, el calendario marca que ya estamos en período pre-electoral, y todos los partidos políticos tratan de aprovechar las circunstancias para erosionar las perspectivas electorales de los contrarios y mejorar las propias. El PSC-PSOE lo va tener complicado en Barcelona porque, frente a la baza de la inauguración del AVE por Navidad, tiene que pechar con el desaguisado de los hundimientos en opinión de los ciudadanos, que consideran responsable al ministerio de Fomento por culpa in vigilando. No bastará con aclarar que esta función de seguir y vigilar las obras también se externaliza en empresas privadas. Es lo mismo. Se ha producido un desastre que los ciudadanos reviven cada día hasta tanto no se reparen los desperfectos. La inauguración del AVE ha pasado a un segundo plano. Nadie pasará cuentas a Rodríguez Zapatero por el retraso de algunos días en la conclusión de la obra, pero será difícil que los ciudadanos olviden la pesadilla del trastorno diario para ir al trabajo por culpa de un hundimiento que, sin duda , es de responsabilidad directa técnica, pero con una responsabilidad política indirecta que puede tener un coste electoral.