León Buil

14/09/2006 - CONSPIRACION


Después de meses de circunloquios e insinuaciones abundantes sobre la autoría del sangriento atentado del 11-M, al fin ha saltado a la palestra la palabra maldita: conspiración que, como otras semejantes, significa en términos no académicos la confabulación de diversas personas para causar un daño a otra u otras. Con el apoyo en las declaraciones de uno de los inculpados máximos de la masacre, al parecer realizadas mediante precio pagado por el diario de Pedro J.Ramírez, aunque él lógicamente lo niega, se ha vuelto a levantar la patraña de la conspiración contra el partido popular para que perdiera las últimas elecciones legislativas en la que habrían participado los autores materiales del terrorismo islamista, los directores e instructores etarras y otras personas que estarían vinculadas al partido socialista. Y como medio para conseguir sus objetivos, el horrible atentado. Horrible planteamiento, impensable incluso en las mentes más retorcidas y siniestras.
Sin acudir a llamar las cosas por su nombre, fue Zaplana el encargado de plantear la cuestión en el Congreso de los Diputados ayer tarde en una interpelación urgente que constestó con acierto y energía Pérez Rubalcaba. El guión fue el mismo que fue escribiendo durante la comisión parlamentaria de investigación el diputado popular Jaime Ignacio del Burgo, plasmado con más detalles en un libro publicado posteriormente. En sustancia, son los mismos argumentos que se utilizaron profusamente durante la investigación parlamentaria y que ha venido aireando "El Mundo", obsesionado ahora como lo estuviera diez años atrás por barrer a los socialistas del gobierno: la investigación ha sido sesgada, con errores y contradicciones y no ha dado con los autores intelectuales del atentado. O sea, la tesis de Aznar sin las montañas lejanas.
La particularidad de la situación actual es que tan arriesgada e ignominiosa teoría se ha convertido en oficial en el partido popular, especialmente desde que el propio Rajoy, a quienes muchos considerábamos un hombre de bien, ha asumido más que implícitamente la teoría de la conspiración a la par que se niega a reconocer que la participación en la guerra de Irak fue un error, y sigue comparando aquella maladada intervención bélica con otras misiones de paz propiciadas por las Naciones Unidas. Tal actitud implica un irreductible enrocamiento en la infalibilidad que hace moderados y flexibles a personajes como Bush y Blair, que sí han reconocido el error. Pero, además, supone unirse a quienes alimentan día a día una teoría que, de confirmarse -y esto es afortundamente imposible- arrasaría los fundamentos de nuestra democracia y de la estabilidad política.
El proceso penal sigue su curso y en su momento habrá una decisión que penará a los culpables. Pero para entonces se habrá puesto la tacha de incompetencia sobre el juez del Olmo, la acusación de torpeza y negligencia sobre la Policia y la Guardia Civil,
la sospecha de juego sucio sobre los servicios de Inteligencia nacionales y algunos extranjeros, la duda sobre la rectitud de la Fiscalía y la independencia de los Tribunales, la insinuación de que personas vinculadas al partido socialista han sido cómplices o inductores del atentado. Cuando exista sentencia, se acatará porque no hay más remedio, pero se discutirán los supuestos de hecho para que las dudas sigan acosando a muchos de los españoles que continúan otorgando credibilidad a los difamadores: aunque sean de los que se saltan las leyes a la torera o tengan cuentas pendientes con la justicia. Ahora, cuando remite la campaña en contra de la aprobación del Estatut y no se puede hostigar por el momento con las desconocidas conversaciones con ETA, la vil teoría de la conspiración está sirviendo para proporcionar munición contra el Gobierno, por si acaso este consigue controlar la inmigración ilegal, uno de sus problemas reales más espinosos. No importa que se desacredite a instituciones fundamentales del Estado: todo vale para recuperar el poder.

León Buil Giral