04/12/2005 - EL FUEGO SE EXTIENDE
La concentración de ayer en la Puerta del Sol madrileña ha puesto de relieve que el abrazo constitucionalista de Rajoy está dando sus frutos. Emulando al alcalde de Móstoles ha lanzado su grito junto a la lápida que recuerda el levantamiento contra el francés hace casi dos siglos para preservar la independencia de España. Claro que en esta ocasión el partido popular no alentaba una insurrección contra unos invasores, sino que se autoproclamaba paladín de la Constitución española amenazada por las maniobras de los nacionalistas catalanes con la complicidad del gobierno de Rodríguez Zapatero y apremiaba al pueblo español a defender lo que, al parecer de los populares, no amparaban ni las Cortes Generales ni el Tribunal Constitucional ni los demás poderes del Estado.
El éxito de la convocatoria ha sido innegable y se suma a otros anteriores que se han venido desarrollando en los últimos meses al socaire de las ambigüedades y silencios del Presidente del Gobierno y la locuacidad de los socios del tripartito catalán, que han venido haciendo alarde de haber conseguido lo nunca visto ni soñado: que un pedazo de España impusiera a todos los demás su modelo de Estado, su estatus económico y la organización de sus poderes. Con este planteamiento, o se incurría en una flagrante inconstitucionalidad del Estatuto o se hacía necesaria una cirugía generalizada sobre el texto en su examen por el Congreso de los Diputados, con el riesgo de que los partidos catalanes que lo han elaborado y aprobado lo retirasen de la Cámara, ocasionando una profunda crisis institucional.
Como expresaba en un artículo en este mismo medio hace casi dos meses, no se puso coto en su momento a la dinámica de emulación al alza de los partidos nacionalistas catalanes en sus pretensiones de autogobierno, extrañamente comandados por un Maragall que no atendió ni los acuerdos de Santillana ni el marco que reiteradamente expresó Jordi Sevilla, a quien de algún modo se marginó en la dirección del asunto. Fue un error que no se supo enmendar del único modo posible, que era la intervención directa, tajante y definitiva sobre los límites que no podía rebasar el texto estatutario del propio presidente del Gobierno. Hubo matizaciones, aclaraciones y desmentidos, pero sin la claridad y energía exigidas. Para mucha gente, incluso votantes del partido socialista, se aparentaba una cierta flaqueza en la defensa del texto constitucional y de la igualdad básica de todas las Comunidades Autónomas. Es más: se trasladó a la sociedad la percepción de que Cataluña iba a aumentar notablemente sus privilegios sobre la situación actual.
No cabe desconocer que en el actual conflicto y en su desarrollo ha jugado un importante papel el solapamiento de tres asuntos trascendentales, como son la tramitación simultánea de los Presupuestos Generales, la LOE y el citado Estatuto, con fuertes vinculaciones entre sí y con derivaciones políticas de enorme trascendencia que podrían afectar a la coalición que gobierna en Cataluña y al propio gobierno de la nación. Con los presupuestos aprobados, puede darse otro escenario, menos comprometido para Rodríguez Zapatero. Pero muchos de los efectos negativos de esta temporada pasada, los hubiera podido soslayar con una política de comunicación más contundente y palmaria, aunque comportara riesgos políticos.
El resultado está a la vista. El partido popular se ha arrogado la defensa de la Constitución con una campaña intensa apoyada en la exaltación del nacionalismo español y la advertencia sobre el riesgo de desintegración de España. Y ha dado resultado, porque en el sentir de un amplio porcentaje de la sociedad esta idea ha penetrado alcanzando a estratos sociales de alta cualificación profesional y académica, y aparente inteligencia, añado yo. No se trata por tanto de un efecto de mero rechazo a unos planteamientos políticos, sino de un sentimiento sincero que ha calado en el cuerpo social y que amenaza extenderse. Y más allá de la defensa de sus políticas concretas, por mucho que figuraran en el programa electoral, el Gobierno tiene la gran responsabilidad de contribuir activamente a rebajar el grado de inquietud y tensión provocadas, en una gran medida por las campañas del partido popular para recuperar el poder, pero también por los propios errores del Ejecutivo.
León Buil Giral