27/01/2009 - EL PRESIDENTE SE ARRIESGA
La comparecencia de Rodríguez Zapatero en la televisión pública para someterse a las preguntas de cien ciudadanos elegidos de modo aleatorio, venía precedida de una profusa promoción en diferentes medios de comunicación, de algunas críticas más o menos veladas del partido popular, que se ve obligado a aprovechar cualquier resquicio para criticar al gobierno, y de una cierta perplejidad de los comentaristas que no acertábamos a penetrar qué ventajas podría sacar el presidente de un encierro con ciudadanos que, como poco, se mueven entre la preocupación y el cabreo.
Pero, como tantas veces ocurre en las altas esferas de la política, sin duda en Moncloa manejaban claves desconocidas para el común de los mortales, según las cuales, se consideraba conveniente este encuentro con el centenar de ciudadanos que supuestamente plantearían cuestiones nada cómodas para el responsable de la política española, dominada por los efectos de la crisis económica más profunda y extensa de cuantas ha conocido el mundo desde la Gran Depresión. La incomodidad y el acoso estaban garantizados; la dificultad para salir airoso, era evidente, porque hay muchas preguntas que no tienen respuesta y problemas que no tienen solución inmediata; el riesgo de quedar mal ante millones de españoles, alto. Sin embargo, Rodríguez Zapatero sorprende de vez en cuando con iniciativas que se apartan, para bien o para mal, de las pautas ordinarias de la política. Es como si en vez de trabajar sobre el pentagrama se valiera de la notación por neumas, lo que dificulta su interpretación. Pero estos golpes de efecto han obtenido en algunas ocasiones buenos resultados, aunque Rajoy los tilde con frecuencia como "ocurrencias".
Pues bien: hace unas semanas el presidente tuvo la ocurrencia , en el sentido directo de la palabra, de someterse a una sesión para tratar de aclarar las dos cuestiones que según todas las encuestas más preocupan a los españoles: la crisis económica y su principal secuela, el desempleo creciente. Y también para dar explicaciones sobre el aspecto que más ha irritado a todos en el tratamiento de la crisis: la resistencia a reconocer a su debido tiempo que España estaba abocada a sufrir un fuerte retroceso de su economía.
Como bien se apreció en sus intervenciones Rodríguez Zapatero echó toda la culpa al terremoto (sic) financiero con epicentro de Estado Unidos, a la avaricia de los especuladores y a la permisividad de los órganos reguladores del mercado con ciestas operaciones de riesgo. No culpó suficientemente a la desastrosa política seguida en nuestro país respecto a los excesos del sector inmobiliario, aunque ciertamente son responsabilidad de las Comunidades Autónomas, ni tampoco al goteo de medidas coyunturales arbitradas conforme se conocían datos más negativos de nuestra economía.
Salió airoso, pero no triunfante. Su mayor mérito, enfrentarse al riesgo de ganarse un revolcón, aunque va bien equipado de recursos dialécticos.
Hoy se le juzga de modo dispar en los comentarios y en los primeros sondeos y encuestas: desde quienes como "Público", "20 minutos" o EFE le atribuyen un aprobado del 74% de los ciudadanos, hasta el 30% de este diario o, sencillamente, le adjudican un sonoro fracaso.
Seguro que no es ni lo uno ni lo otro. Tanto quienes acudieron al plató de televisión como quienes escucharon desde sus casas son rehenes de su situación y de sus temores. Quizá la intervención del presidente habrá llevado a algunos un mayor grado de confianza. Pero quien ya está sufriendo las consecuencias de la crisis económica no puede sentirse satisfecho con algunas explicaciones o con el enunciado de algunas medidas paliativas: necesita sentir sus efectos favorables en su propia persona. En resumen: Bien, pero insuficiente.