León Buil

06/04/2006 - LO QUE FALTA DEL ESTATUTO

La aprobación del Estatut por el Pleno del Congreso de los Diputados el Jueves pasado consolidó las opiniones que habían zarandeado durante los meses pasados las tertulias y foros de discusión, públicos y privados. Y para quienes contemplaban con frivolidad y desapego una cuestión que no parecía que les afectaba en nada, aunque acentuaba pasiones y antipatías manifiestas, todo sigue igual aunque empieza ya a ser un recuerdo vago, eclipsado por el estallido del núcleo de corrupción marbellí que amenaza con extenderse a otros lugares bajo sospecha y a no pocos que ya se están investigando. Lo que era un secreto a voces, se ha convertido en datos enjuiciados y comprobados. Y aunque la noticia ya se ha asimilado, el alto fuego de ETA también ha contribuido a desviar la atención ciudadana del asunto catalán.
Pero por muchos y trascendentales acontecimientos que se sucedan en la vida nacional, la aprobación del Estatut seguirá siendo motivo de preocupación para un porcentaje importante de españoles porque los mensajes del partido popular, muchos de ellos falsos, han calado profundamente y se siguen dispensando con prodigalidad con el respaldo virtual de la recogida millonaria de firmas, por más que haya quedado en evidencia la adulteración de sus resultados. Hoy una parte de España, o una sector de los españoles, no admiten la verdad ni la evidencia si la esgrime la otra parte: unos lo hacen convencidos del desmantelamiento del Estado; otro sector porque consideran que es una cesión ante los nacionalistas catalanes; finalmente, un significativo número de electores de la derecha, a sabiendas de que es falso en gran parte lo que se alega en contra del texto estatutario, pero rentable en términos electorales.
La incomprensible oposición de ERC, en cuya organización hay personas no solo inteligentes, sino instruidas, como decían los ilustrados, ha privado al Estatut de un plus de legitimidad que hubiera fortalecido la posición de quienes han impulsado su redacción y tramitación, incluidos los republicanos catalanes. Y por más que se espera un cambio de actitud al amparo de alguna concesión que pudiera hacer el Gobierno en la tramitación ante el Senado -no, desde luego, la pretensión de que se admita la definición de nación en el articulado ni las desorbitadas apetencias en infraestructuras-, es lo cierto que se está dando largas a la confusión tanto en Cataluña como en el resto de España.
Las primeras encuestas ya reflejan este estado de opinión, o de confusión, entre el electorado catalán que tendrá que manifestarse en referéndum en su momento. Si por una parte es llamativo que la mitad de los encuestados votarán a favor del Estatut y solo un catorce por ciento votará en contra, más sorprendente resulta que entre el electorado de ERC el voto favorable represente el cuarenta y cinco por ciento frente al veinticinco por ciento que votaría en contra. Con todas las reservas que merece una encuesta a tres meses vista del evento electoral, es indudable que marca unos estados de ánimo que deben ser tenidos en cuenta.
Y la primera conclusión es que quienes pretenden para Cataluña más autonomía y más competencias, no deben introducir entre el electorado dudas sobre la bondad de lo que ha aprobado el Congreso. Un fracaso en el referéndum, aunque fuera relativo, daría todos los argumentos a quienes se han venido oponiendo a mejorar el Estado Autonómico y muy concretamente a ampliar el autogobierno del pueblo catalán. Los resultados que ofrece la encuesta del CEO sobre valoración de líderes, refrendan la actuación posibilista y pragmática de Mas, Durán y Maragall, prácticamente igualados en puntuación, sigue Puigcercós, quien ha demostrado cintura política a lo largo de la tramitación, en tanto Carod queda muy por debajo.
El Estatut experimentará pocos retoques, y ninguno sustancial. Sería muy conveniente que todos los partidos que lo patrocinaron, se pusieran ya manos a la obra para explicar los avances sobre el texto vigente, que son muchos y de relieve. El texto no necesita de más reformas, que no llegarán, sino de una labor didáctica que contrarreste las falsedades que se han objetado desde el inicio de su elaboración. Es lo único que le hace falta al Estatut.

León Buil Giral